Me despertó un ruido en la calle, el sonido de un motor. Creía que no
iba a parar en toda la mañana pero lo hizo justo cuando me puse al ordenador. Enciendo
la pantalla y cojo el ratón pero no funciona. La pila se habrá gastado. No me
molesto en ir a por otra. Me siento en la silla habitual. Mi intención era
escribir algo corto y rápido y expresar lo mal que me siento hoy. “Quizás me
ayude a aliviar la pena”, pienso.
El ruido vuelve. ¿Qué estarán haciendo fuera? Parece que estén picando la calle con un aparato de esos... Me lo imagino. Sigo escribiendo. Mis ojos están llorosos y se sienten cansados, y mi cabeza está aturdida y dolorida; ya no te hablo de lo que le ocurre a mi estómago.
El ruido vuelve. ¿Qué estarán haciendo fuera? Parece que estén picando la calle con un aparato de esos... Me lo imagino. Sigo escribiendo. Mis ojos están llorosos y se sienten cansados, y mi cabeza está aturdida y dolorida; ya no te hablo de lo que le ocurre a mi estómago.
¿Es la edad? Aún no tengo los cuarenta, todavía faltan unos cuantos
años. Pero, ya están próximos los treinta y siete. ¡Los años no pasan en balde!
El cansancio se apodera de tu cuerpo y penetra en tus huesos, y las
articulaciones les cuesta seguir el ritmo del día. No quiero ni pensar cuando
tenga veinte más, si llego.
¡Qué años esos que nos gustaba tanto cumplir años! Lo veo en mi hija.
“Tengo cinco y en junio cumplo seis”, dice con toda la ilusión. Ese día hacemos
una pequeña fiesta familiar. Ella sopla las velas, luego recibe algún
regalo..., lo típico de un cumpleaños. Eso me hace recordar veinte-siete años
atrás. Primero, celebraba mi cumpleaños en el internado. Llevaba chuches y las
repartía para el grupo. Lo “gracioso” era que luego, la más pequeñas teníamos
que dar las golosinas a las dos mayores del grupo. Yo pensaba: “Bueno, si se
las comen antes de que se las pidan...” Pero eran muy avispadas y en cuando las
repartía, sin que la monja se diera cuenta, nos las pedían. Pero, cómo era
posible ¡que comieran tantas golosinas! Era absolutamente imposible. Lo
comprobé un día cuando abrí una puerta situada en el mueble de la televisión.
Buscaba algo para jugar y me encontré con un montón de golosinas. Claro, era
donde las guardaban una vez que se las dábamos. Y pensé: “Si cojo un par de
golosinas no se enterarán..., como hay tantas...” y luego, cuando mi mano
entraba dentro de la bolsa dudé: “¿No las tendrán contadas?” Al final dejé la
bolsa tal cual la había encontrado y no dije nada a nadie, como si nada hubiera
visto.
El ruido ha vuelto a cesar. ¿Habrán terminado aquello que estuvieran
haciendo?... Segundo, celebraba mi cumpleaños en casa (como cae en agosto). Las
celebraciones de cumpleaños de la época de mi hija no eran iguales que las de
antes. Antes, era más sencillo. Pero un regalito tenía por parte de mi madre. Si que recuerdo que nos daba un regalo
para cada uno en mi cumpleaños y otro regalo para cada uno en el cumpleaños de
mi hermano.
¡Y pensé que habían acabado! Ahora el ruido es más fuerte. Mi hija me
llama. El ruido la habrá despertado, de todos modos ya es hora que se levante.
©
2017 Verónica Serrano. Todos los derechos reservados.
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